Mi padre, José Floripe Valdivia, gran estudioso de la Historia Patria, en su ensayo titulado “Ciudad Maldita” refiriendo la fundación del Sébaco actual, en una de sus partes dice: El Hidalgo español Don Juan de Sánchez, que en las estribaciones del norte de la cordillera central de estos lares, hacía excavaciones varias, que con su producción metálica, le rendían ampliamente para pagar los quintos a su Majestad, Señor de las Españas y los diezmos a los Santos Patronos de la vecindad: Santiago que usa cruces, medallas y espadas con recamaduras inoxidables, de áureos vellones, y Santa Lucía cuyo ofertorio de ojitos relucientes esplenden en sus camarines afiligranados; tenía además, fuera de los pesados lingotes de exportación obligatoria y de la orfebrería aludidas, para atender ininterrumpidamente los troqueles de su acuñación privada y personal de macacos y macuquinos, monedas cuadrangulares hechas a troche y moche, que aunque imperfectas como queda dicho, circulaban en la Provincia por su buena ley y aún más lejos, a grado que así llegaron a las propias manos del Emperador, acogiéndolas éste con comentarios elogiosos, que rebotaron naturalmente en Castilla del Oro. El opulento Hidalgo de pura estirpe ibera, era casado con Doña Juana de Castro, criolla norteña en la que la sangre aborigen a pesar de su color algo despercudido, había dejado su inconfundibles trazos en las acentuadas estriaduras de los ángulos externos de sus hermosos ojos de obsidiana y en las comisuras de su boca, lo mismo que en las gruesas trenzas acrinadas, que usaba con donosura arrolladas en su bien conformada cabeza, o bien, tendidas sobre su anchos hombros en un alarde de lozanía y compostura que le daban indiscutible majestad de abolengo indígena, caso a prestigiar en cuanto al aspecto físico, la raza de aquende del Mar de Colón.
Aconteció que los comentarios reales llegaron ya en su viudedad a la dama dicha, esposa que fuera del "Amo Juan" y siendo en consecuencia la “Ama Juana" y más bien, “Amo Juana", pues los indios, negros y mestizos, manunisos y semimanumisos de sus latifundios, poco o nada duchos en achaques de lenguas, confundían el género de los sustantivos y con la inmediata herencia andaluza de los primeros pobladores hispanos en estas tierras, de anteponer un artículo que los determine, y seguramente más bien por razón de eufonía vinieron a caer en “La Amojuana” que con el tiempo se convirtió en "La Mocuana", que así vestida toda de negro, como otra "Sin Ventura" era de figura más imponente y la que por su opulencia y ciertos conocimientos de hierbas medicinales, exorcismos y sortilegios que según ellos practicaba, como creyente aun tiempo de dos fe contrapuestas, las de sus antepasados peninsulares y naturales, la llegaron a creer empactada con el Diablo y Huitzilopoctli.
En los caseríos existentes dentro la jurisdicción de las posesiones heredadas de “La Amo Juana”, cuando algunos o algún niño del lugar se portaba mal o estaba traveseando, era amenazado con la llegada de “La Mocuana”, costumbre que no hace mucho se acostumbraba para calmar los ánimos juveniles de los hijos de los trabajadores de las haciendas: “Ayviene el Amo Pedro” “Le diré al Amo Pancho”.- En esta ingenua forma se fue extendiendo el temor territorial de “La Mocuana” asta llegar a significar la posible presencia de una bruja comedora de niños y embrujadora de hombres.- Este fantasma femenino se hizo símbolo de castigos infernales en toda la zona norte del país, y mediante las publicaciones de cuentos o leyendas nacionales en los medios de comunicación escrita, se fue extendiendo el mito de “La Mocuana” en todo el territorio nacional.- Así se estableció en el país la infantil advertencia de ¡Cuidado, que ahí viene la mocuana!
jueves, 12 de marzo de 2009
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