REMEMBRANZAS DE UN DARIANO
Estelí, Enero 14 de 1992
Mi padre, José Floripe Valdivia, hombre serio, culto, gran conocedor de la Historia y estudioso de la literatura universal, era, indiscutiblemente, un admirador profundo de la Obra Dariana. Él, por privilegios de esos que a veces ofrece la vida, fue premiado por ésta, con las casualidades de haber sido testigo presencial del regreso triunfal del Gran Bardo a la Ciudad de León y también de su doloroso deceso.
El Dr. Alejandro Dávila Bolaños, amigo íntimo de papá, con quien vivía intercambiando datos y pareceres históricos, era conocedor de esas casuales particularidades en la vida de Don José, constantemente insistía en que Floripe le narrara esos acontecimientos. Un día, mi padre, se dispuso a hacer las remem-branzas del caso, Dávila Bolaños, papel y lápiz en mano se dio a la tarea de copiar las memorias; yo, que también he sido entusiasta de estas cosas, estando presente en esos precisos momentos de la narración, también recopilé algunos segmentos de la plática, y puesto que en estos días se cumplen setenta y seis años de la muerte del Ilustre Panida, para solaz de la Juventud Dariana trataré de hacer unas páginas de esos recuerdos:
Tras aglomeración de gente, comentarios de todo tipo, interjec-ciones de cargadores y pregones de ventas, sobre el piso de la vieja estación, apareció Darío elegantemente vestido, luciendo un sombrero legítimo Jipijapa, un flux de seda cruda crema y zapatos blancos combinados con café; en pos de él, su señora Doña Rosario, luego el hermano de ella, General Andrés Murillo.
En la estación, en primer plano, lo esperaban viejos amigos fraternos de Darío: Doña Fidelina de Castro, el Dr. Luis Debayle y Don Francisco Castro; otros grandes camaradas del poeta disputaban el estrechar en abrazos sentidos al Insigne Bardo; en el entretanto, una escena se produjo en el tumulto de gente que forcejaba por acercarse, estallando en aplausos y gritos rebosantes de entusiasmo: "Viva el Bardo Rey" "Viva el Autor de Azul" "Viva el Príncipe de las Letras Castellanas" "Viva Rubén Darío"; Darío traía cruzado sobre su pecho, en bandolera, un estuche de gemelos de larga vista con que quizá había divisado por última vez las playas del Pacífico.
Acercándose uno de los mejores coches de la ciudad, se instalaron en él los viajeros y acompañantes para partir a casa de Don Francisco Castro, donde se alojarían; en el asiento trasero del vehículo, de izquierda a derecha, se sentaron Doña Rosario, Darío en el centro, y a la izquierda, Doña Fidelina; en el asiento delantero, en el mismo orden, el Dr. Debayle, General Murillo y el Sr. Castro.
Cuando el coche inició su viaje, se oyeron aclamaciones y voces entusiastas, llenas de júbilo “que le quiten los caballos al coche” “desenganchen el coche” “llevemos nosotros a Rubén Darío” Eran gritos de conocidos líderes estudiantiles que se disputaban el honor de llevar ellos personalmente al "Príncipe de las Letras" Entre ellos, se recuerda a Tomasito Ayón y Panchito Montalván. En un momento, los caballos de tiro habían desaparecido y mientras unos estudiantes halaban de los arneses, muchos otros, entre ellos mi padre, empujaban el coche. De la Plaza de la Estación se encaminaron sobre la Calle Norte del Parque San Juan y luego cogieron por la Calle Segovia, después de un recorrido de cinco cuadras quebraron en la esquina de la Farmacia del Dr. Leonardo Argüello, hasta llagar frente a la casa de Don Francisco Castro.
En la primera grada de la entrada de la casa posada, entre aclamaciones y vítores, Darío alzó la mano y se hizo la calma, y él habló: Conciudadanos, amigos más que conciudadanos, hermanos más que amigos... Estoy sumamente agradecido por la espontánea manifestación que me tributa el pueblo de León, mi muy querido León. Deben saber que en mis triunfos como en mis reveses siempre tuve presente el nombre de Nicaragua que nos comprende a todos. Lamento el estado precario de mi salud, ella me impide ser más extenso y expresivo en esta inolvidable ocasión.
Cuando Darío movía sus manos en señal de despedida y estre-chaba las manos de los más próximos, el poeta vernáculo Octavio
Quintana, desenvolvió un pliego de papel y dedicó un precioso poema al consagrado coterráneo.
Después de algunos días de la llegada de Darío a su tierra natal, por la prensa escrita del país, se comienza a saber todos los pormenores de la quebrantada salud del que fuera Poeta Niño. Pasado algunos meses, ya es de dominio popular su grave situación, se habla de punciones al hígado, de que lo van a operar, en fin, de un deterioro general y galopante de su estado físico.
Darío tiene como médico de cabecera al Dr. Luis Debayle. El seis de Febrero de Mil Novecientos Dieciséis, el Laureado Poeta agoniza en una casa ubicada frente a la casa de su gran amigo Don Francisco Castro.
Ese día, acercándose las seis de la tarde, contando con que el Dr. Infiere Luis Emilio Hurtado, pariente de papá, estudiante de medicina y ayudante del Dr. Debayle, era el que asistía la agonía del poeta, él y su gran amigo, también estudiante de medicina, Doctor Simeón Rizo Gadea, deciden probar suerte en ver a Darío en sus últimos momentos; se encaminaban a la casa del enfermo, cuando se escucharon las campanas del templo de El Calvario en Toque de Agonía, después le hicieron eco las campanas de la Iglesia de San Juan, se sumaron la de La Recolección, dando inmediata respuestas las roncas campanas de Catedral, luego era el clamor de las doce iglesias de León.
Al llegar a la puerta de la casa del agonizante, los recibe el Br. Hurtado, les hace pasar y les ruega ayudarle a cuidar al enfermo, el poeta, en esos momentos estaba en una crisis peligrosa.
Darío, virtualmente agonizaba en un catrecito militar sin respaldo, a su lado, meditabunda, su esposa Doña Rosario, y al lado de ella el joven dibujante caricaturista Octavio Torrealba; Doña Rosario, al ver entrar a Rizo y Floripe les ruega ayudar acompañarlo y sale hacia la casa de enfrente a solicitar algo de urgencia, después vuelve y Darío se retuerce sudoroso en sus últimos contorciones... Expira como con un gran dolor inenarrable, sin decir una palabra.
Esto sería, más o menos a las siete de la noche. Como cosa curiosa, papá refirió que ese día hubo Eclipse de Sol, preguntán-dose, ¿Qué dirían los astrólogos? En estos momentos, el caricatu-
rista Octavio Torrealba, rompe las cuerdas de su reloj para que se eternizara en él la hora de la muerte del Inmarcesible Bardo.
Cabe mencionar que en el curso de la referida agonía, en el corredor, ala Este de la casa, ojeaban y daban vuelta a diversos papeles el Dr. Francisco Paniagua Prado, Presidente del Ateneo de León y Don Juan Bautista Prado, Director del Diario de Occidente, este último, había seguido con acuciosidad periodística las incidencias de los últimos días del poeta... Era de imaginarse que en aquellos momentos lo que preparaban era el Programa de las Honras Fúnebres del Príncipe de las Letras Castellanas.
El Maestro Cuevas, dueño de una funeraria de reputación, obsequia un sarcófago regio que tenía una águila labrada en madera preciosa y, en él fue conducido por multitudes, primero al Palacio Consistorial donde fue recibido por el Jefe de la Comuna Dr. David Argüello, amigo entrañable de Darío; de allí pasó a la Universidad Nacional donde se le ofrecieron cinco noches de veladas líricas en que se hizo alusión a toda la gloriosa trayectoria del Excelso Panida. El Filólogo Dr. Mariano Barreto, el Jurista Dr. Modesto Berríos y el Maestro Dr. Felipe Ibarra, con brillantes disertaciones enfocaron al poeta en sus más bellos contornos.
La Iglesia Católica de Nicaragua, encabezada por el Ilustrísimo Dr. Simeón Pereira y Castellón, en Acuerdo de Cabildo Eclesiástico lo intituló Príncipe de la Iglesia Católica de Nicaragua y con honores de este rango fue dada la extremaunción y realizados sus funerales; éstos fueron dirigidos por San Mariano de Nicaragua, el Santo Padre Dubón y por Mausoleo se le dio la Santa Catedral de León; lo recibió en sus puertas el Dignísimo Pastor Pereira y Castellón con un preclaro y sonoro discurso improvisado muy digno de su sin par oratoria.
León, profundamente conmovido, volcó todas las flores de sus jardines, que en manos de sus más bellas mujeres, como canéforas, las deshojaban ante él nunca bien ponderado hijo de la patria, en su paso a la inmortalidad>
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario