Estelí, 9 de Febrero del 2007
Siempre he observado que, de la población media de Nicaragua para abajo, hasta llegar al nativo indigente, hay como desprecio por la alimentación autóctona; en el sistema alimenticio auténticamente americano, existe infinidad de medios alimentarios, sin embargo, la mayoría de la población no los usa como nutrientes, los desprecia y los desperdicia; esta particularidad me ha llamado la atención, ha motivado mi curiosidad y obligado a la investigación sobre el tema. Por un artículo recién leído, escrito por un historiador sur americano, salí del embrollo que me tenía con este asunto del yantar nacional, tuve el horror de enterarme que hasta en esto había realizado destrozo sobre nuestros pueblos naturales la conquista española.
Con la espada y la cruz hicieron creer a los pueblos nativos de América, que la pitanza y medicamentos acostumbrados por estos pueblos, mediando ritos religiosos no cristianos, era indebida, demoníaca y dañina, que debían aprender a comer y curarse con los alimentos y medicinas indicados por ellos, ya señalados en la Santa Biblia y bendecidos por su civilización, traídos del continente euroasiático.
En el primer siglo de invasión se hizo creer que el picante del chile era señal infernal, el rojo del jugo del tomate venía de sangre del demonio, el chiltoma era dañino, los tubérculos como la papa, la yuca, la malanga, el tiquizque el camote y la patata venían de la oscuridad de la tierra y eran productos del infierno; las plantas acuáticas, fueran de río, lago, laguna o mar, eran impuras y dañinas;
algunas carnes producían sífilis, sin aclarar que esta enfermedad ellos la trajeron a este continente; impusieron la vergüenza por recoger hierbas y raíces alimentarias o medicinales; los frijoles de cualquier variedad, era alimentación de desposeídos o de presos; el saúco era uva del diablo; los insectos era algo asqueroso y pecaminosos, el llantén producía ceguera; la coca y el tabaco embrutecían; bueno, todo aquel mundo de excelente alimentación y saneamiento fue vilipendiado y anulado, sustituido por los platos y medicamentos recomendados por la conquista, desconociendo que la alimentación nativa era 50 y a veces 100 por ciento más nutritiva y más sana que la española. Hacían chacota porque las comunidades de estas tierras no sabías comer aceite, arroz y azúcar. Así quedó debidamente identificada la alimentación nativa y la civilizada, en franca discriminación, marcada hasta nuestros días. Ellos trajeron el ganado vacuno, y la gallina de castilla y con ello nos quitaron la gallina guinea con carne más sabrosa que la gallina española, trajeron el cerdo y con este anularon el sahino (chancho de monte), también hicieron despreciar la guardatinaja, la guatusa y un sin número de animales de magníficas carnes, porque estos tenían carne maligna. En una comunidad nativa muy cercana a la Ciudad de Estelí, “La Montañita” se le llama “chojín” a una pequeña fiesta bailable; “chojín” es una palabra man de los Manes de Guatemala, pueblo de origen Maya, esta palabra significa plato de carne con verdura, que en la actualidad sería el Vigorón, el Vaho, Nacatamal, Montuca o algo similar, platos que los españoles le eliminaron las carnes posiblemente de venado, sahino, guatusa o guardatinaja y le impusieron la carne vacuna de gallina o cerdo de castilla. En la década de 1980, Nicaragua se vio afectada por una crisis aguda de harina de trigo, el país entró en un marasmo infernal, el pueblo no encontraba como solucionar la falta del pan blanco (pan de blancos acostumbrado y fue, pasado el tiempo, que llegó a la memoria la harina de maíz, muestro alimento ancestral y nutritivo; se había borrado de la memoria del pueblo la harina telúrica, ese histórico y heroico grano de maíz, sólo lo ocupábamos para pan moreno (pan de moreno) y no lo veíamos como pan normal, no se nos ocurría que era base de una harina mejor que la de trigo y que con esa harina bien refinada podíamos fabricar el pan que quisiéramos; la conquista nos hizo ver al maíz como producto marginal, similar al fríjol, para hacer comida de esclavos o presidios, y nos introdujo la harina de trigo como algo insustituible para elaborar el pan de cada día.
La comida nativa nicaragüense que a la fecha nos sirve de alimento, es muestra palpable de la rebeldía de nuestro pueblo y el rechazo a las imposiciones de la conquista; el mantener nuestra habla autóctona mediante el nahuatl oculto (el habla nicaragüense) y los platos nicas como el vigorón, el vaho, el nacatamal y otros muchos platillos, bebidas y medicinas auténticamente pinoleras, es muestra eminente al rechazo terminante a las costumbre que quisieron imponernos a través de la conquista, no les sirvió ni la espada ni la cruz; mantenemos nuestra verdadera identidad y el espíritu indomable de ser libres.
Los pueblos americanos acostumbraban a comer dos veces en el día y vivían bien nutridos, fuertes y sanos; los españoles comían hasta seis veces al día y no resistían las faenas de la conquista que emprendían unidos a los naturales; en determinados momentos el nativo estaba entero, fuerte y dispuesto y el conquistador agotado y enclenque.
Debe entenderse que es política colonialista hacer sentirse inferior al dominado, despreciando sus costumbres, sus conocimientos, sus hábitos y manera de ser, presentándose, así mismo, como redentores y paradigmas civilizadores. De esta manera, hasta la fecha, la mayoría de nuestros pueblos no tienen la costumbre de comer carne, hortaliza ni verdura, el plato común del bracero de la ciudad y el campo es fríjol cocido y tortilla o plátano cocido, de vez en cuando acompañado por una jícara de pozol o pinol.
Fuente:
José Trigo Pesaque
Historiador Peruano
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